Tecnologías de verano

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1.- Un sonido del todo común pero ya inusitado me devuelve hoy a la niñez: una cortina de cuentas removida por una brisa casi imperceptible en la tarde de calor. Cuando yo era pequeño, en una hazaña de reciclaje, estas cortinas se hacían aplastando chapas de cervezas y refrescos a lo largo de tiras de cuerda. Tenían un rumor como de campanas chinas y lograban el modesto prodigio de mantener frescas las habitaciones que daban a un patio o a un corral, permitiendo que se formaran corrientes de aire y al mismo tiempo evitando el paso de los insectos. Tecnologías sostenibles de la pobreza. He logrado encontrar una cortina parecida -de tiras coloreadas de plástico- y la he puesto en la puerta de mi cuarto de trabajo, que da al jardín: el rumor me acompaña mientras escribo, ya de noche, la brisa suave en el calor de junio. También lo oía de fondo como un arrullo mientras me deslizaba desde la lectura al sueño de la siesta. Bastante más barato que el aire acondicionado.

2.- Persianas antiguas de tablillas enrollables, manteniendo la penumbra y la circulación del aire en los dormitorios: en esa penumbra, con el fondo de los sonidos de la calle, puede suceder de vez en cuando el paraíso terrenal.

 

3.-Qué falta hace el agua demasiado fría y sin matices de sabor de la nevera, cuando se tiene un botijo: un botijo de arcilla clara, traído de Úbeda, tecnología intuitiva y sofisticada del frescor más puro, como de pozo o de fuente. En las casas de antes el cortijo se colgaba de un gancho en el portal, en una zona en la que hubiera corriente. En las huertas, de una rama de granado. La explicación física de una maravilla tan simple requiere ecuaciones casi tan complicadas como las de una reacción nuclear:

http://quim.iqi.etsii.upm.es/vidacotidiana/botijo.htm

Me acuerdo de una historia de tecnologías que me contó un amigo arquitecto. Había diseñado para unos clientes caprichosos y ricos una galería de arte en un sótano. Los clientes se gastaron una fortuna en aparatos de climatización, para asegurarse de que las obras que expusieran no quedasen dañadas por oscilaciones de temperatura. Pero hacían pruebas y pruebas y la maquinaria no acababa de funcionar bien, a pesar de todos los sensores digitales y del sistema informático que lo controlaba todo. Contrataron a un ingeniero alemán experto en climatizaciones para que les hiciera un informe, dispuestos a pagar lo que fuera. El ingeniero llegó una mañana, dio una vuelta por la sala, y en un minuto emitió su informe técnico: por su propia construcción, y al encontrarse en un sótano, la sala era isoterma.